Maldije la gracia
Si, yo, creyente de Dios, admiradora y seguidora de Jesús, amante de las buenas palabras que bendicen la vida de otros, yo que sabía hace años que la envidia envenena y mata el alma, si, yo, quien no conforme con maldecir, sentí envidia en mi corazón.
Hace largos años, iba caminando sola por la calle con una disputa interna, (estaba pidiendo algo específico y no se me daba) comenzó a llover antes de llegar a mi destino y empeoró el mal humor que me acompañaba en esa ocasión. Renegando de mi "suerte", porque no veía lo que estaba pidiendo con ansias, cansada, frustrada y rabiosa, cual malcriada, maldije la gracia y el favor de Dios sobre la vida de otra persona, porque estaba comparando ambas situaciones, y veía como esa persona recibía lo que pedía y yo no veía por ningún lado lo mío.
Fue cuestión de segundos, no de minutos, sino de segundos, para que reaccionara y se compungiera mi corazón y cual drama de tv, allí estaba yo, llorando bajo la lluvia con un profundo dolor y arrepentimiento. Me faltó arrodillarme en medio de la calle y suplicar perdón, aunque en mi mente lo hice. No me importaba lo que otros pensaran, yo realmente estaba avergonzada, triste y absolutamente arrepentida de haber pronunciado aquellas palabras, pero más aún de haberlas tenido en mi interior.
Me sentí como la más asquerosa rata de alcantarilla, despreciable, mala persona, baja, vil, desagradecida y como una tonta inmadura emocionalmente.
Ya Dios me perdonó y la otra persona también, porque luego se lo conté. Perdóname tu y libera tu mente de estigmas para que puedas apreciar lo que continúa.
Aunque yo no quería lo que esa persona tenía, sino lo que yo estaba pidiendo, en el momento en que lo estaba pidiendo y de la forma como lo estaba haciendo, igual era envidia, pues me molestó el solo hecho de ver cómo otro recibía y yo no.
Así que, fui una insolente malcriada que solo pensaba en si y no lograba ver con ojos de gratitud mi entorno.
Fue tal mi dolor por aquello que dije, que llegué exhausta, sin energías, directo a dormir mi "despecho" moral. Mi único pensamiento y sentir era: no me des nada de lo que pido Padre, pero por favor perdona mi pecado y no me apartes de ti. Déjame caminar contigo. Yo renuncio a lo que quiero y me quedo contigo aunque no me des nada.
Verdaderamente renuncié a los resultados. Solo quería estar en paz con él y saber que me perdonaba.
Milagrosamente a los pocos días comenzaron a abrirse las puertas que veía cerradas, por fin veía luz, pero lo sorprendente era ver que llegaba, más, más y más de lo que yo había pedido.
No le atribuyo lo anterior a mi actitud grosera, pues tengo claro que Dios no va a responder a mi soberbia y capricho, pero definitivamente si creo que haber sido vulnerable con él, y dejarle ver mi llaga interna y pedirle que por favor la limpiara y sanara, obró a mi favor.
Por mi mente no habían pasado las grandes y maravillosas bendiciones que me llegaron, unas se han mantenido y otras se han superado, han aumentado, se han expandido. Y nada de eso había pedido yo. Realmente había sido limitada, escasa y mediocre al pedir. Sin imaginar que vendrían más y mejores cosas para mi.
Fijé la mirada en lo que hacía Dios en otro y no veía, y menos valoraba la posición en la que me tenía, una posición de espera, de preparación, para luego darme y que yo supiera valorar toda aquella abundancia (no me refiero sólo a lo material), una posición para sincerarme conmigo y que saliera la basura oculta, esa que tenía debajo del tapete, y que no debía seguir allí. Yo no esperaba tal bajeza de mi, pero Dios si sabía lo que sucedería, y me dio la oportunidad de sacarlo y arrepentirme.
A veces estamos tan enfocados en nuestros problemas y lo que nos falta, que solo vemos lo que otros reciben y olvidamos agradecer lo que nosotros tenemos.
A veces somos tan superfluos, que no sabemos valorar la estación de quietud en la que estamos.
A veces somos tan escasos y nefastos, para pedir, que realmente no sabemos pedir.
A veces somos tan malcriados e inmaduros, que vemos a Dios como alguien que tiene que obedecernos al pie de la letra nuestros caprichos. Cuando él es quien verdaderamente sabe lo que necesitamos y lo que no, lo que nos servirá para avanzar y alcanzar nuestro destino, y lo que definitivamente nos tendrá atascados en un bache en el camino.
Luego de esa experiencia se ensanchó significativamente el sentido del agradecimiento que ya había en mi, el valorar lo bueno y no tan bueno que tengo y me sucede, el tener clara la perspectiva de que si no recibo lo que pido es porque no lo necesito y Dios lo sabe, o porque estoy pidiendo de forma incorrecta, o porque simplemente no es el momento para ello, no estoy lista para recibirlo y más adelante será.
Envidiamos cuando no nos conocemos realmente.
Envidiamos cuando no conocemos el plan de Dios para nuestras vidas.
Envidiamos cuando rechazamos quiénes somos y nos comparamos.
No es sano maravillarnos con la vida de otros y que nos espante tanto la nuestra, por verla desde una perspectiva incorrecta, e incluso, puede ser un caos, pero es nuestro caos y de seguro también tenemos la capacidad para cambiarlo, si solo aprendemos a ver la oportunidad.
Envidiamos cuando estamos insatisfechos y no hacemos nada para cambiar esa realidad, sino que le lanzamos la responsabilidad a otros, a las circunstancias o al mismo Dios.
Lo grandioso, después de todo, es que si somos capaces de identificar, reconocer y arrepentirnos verdaderamente de la envidia que nos invade en algún momento de nuestras vidas, allí está Dios, dispuesto para perdonarnos, para limpiarnos y sorprendernos con sus buenas dádivas.
¡La envidia! Con qué sutileza se disfraza y nos corroe. ¡Gracias por exponerla con tanta sensibilidad!
ResponderEliminarTan sutil y tan común, que no siempre la vemos con claridad. Gracias por leer 🙏
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